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05/04/2006

La Francia que espera a los reyes de España : un país en llamas, par Juan Pedro Quiñonero

Crédits photographiques : Torsten Blackwood (AFP/Getty Images).

Voici un article en langue espagnole (dont le titre français, éloquent, serait : La France qui attend les Rois d'Espagne : un pays en flammes) rédigé par Juan Pedro Quiñonero qui officie non seulement sur son excellent blog, Una temporada en el infierno, mais aussi sur Európolis. Je remercie Juan Pedro, auteur de plusieurs ouvrages attendant d'être traduits en français (comme Proust y la revolución (1972), Baroja : surrealismo, terror y transgresión (1974), De la inexistencia de España (1998) ou encore Retrato del artista en el destierro (2004)) de m'avoir autorisé à reproduire son texte dans la Zone.

Don Juan Carlos y doña Sofía llegarán a una Francia profundamente inquieta ante el fantasma de una jornada nacional, el martes, el día más importante de su visita de Estado, de huelgas, manifestaciones, paros, protestas y violencias callejeras.
Una Francia mortificada por el paro de masas, la precariedad laboral, el crecimiento de la fractura social, la emergencia de guetos étnicos, las llamaradas racistas. Una Francia cuarteada por el multi culturalismo, los enfrentamientos étnicos y religiosos; gobernada por un presidente que la prensa extranjera califica de dinosaurio y sus últimos biógrafos presentan como la encarnación del declive nacional y la impotencia de los poderes públicos.
Esos son los rostros mejor conocidos y más amables de una crisis que los historiadores de la política y la economía consideran abocada a una ruptura brutal y los biógrafos de Jacques Chirac describen como un campo de minas incendiarias, cercando un palacio presidencial donde un presidente shakesperiano, envejecido, curtido en todas las traiciones y cobardías, agoniza políticamente mientras su esposa (Bernadette), su hija (Claude), su primer ministro (Dominique de Villepin) y su ministro del interior (Nicolas Sarkozy), protagonizan incontables escaramuzas al arma blanca, con un lenguaje tabernario y hampesco.
Cuando Bernadette Chirac habla de Dominique de Villepin, entre conocidos que no siempre son de confianza, lo trata, con ironía, de Nerón, Gran estratega, o el poeta de mi marido. Alusiones envenenadas a trágicos incendios políticos precipitados por Villepin. Por su parte, Nicolas Sarkozy trata a Jacques Chirac de Luis XVI. Menos aristocrático, Villepin evoca sus aspiraciones presidenciales, entre amigos, con un lenguaje que me veo forzado a limpiar de obscenidades : Francia desea que la posean. Le pica en el bajo vientre. Y abre sus muslos. Esperando al carretero que venga a hacerla suya.
Esa frase, textual, es citada en la última biografía de Chirac, escrita por Franz-Olivier Giesbert, que describe un fin de reino en términos devastadores: un presidente que ha asesinado y traicionado a rivales y amigos, y ha precipitado el declive de Francia, víctima de su demagogia, disoluto, consagrado al goce íntimo del poder por el poder, pero al fin solo, abandonado de amigos y amantes.
Tras la violencia shakesperiana de los enfrentamientos personales se oculta el paisaje otoñal de una Francia víctima de los demagogos que la gobiernan, hundiéndola en el abismo del aislamiento diplomático internacional y la fragmentación social de la patria.
Jacques Marseille, profesor de historia económica en la Sorbonne, describe de este modo las raíces últimas de la crisis actual: «En Francia, desde la Revolución de 1789-93, hay una relación directa entre el Estado y los ciudadanos. Cuando todo está en crisis, comenzando por la República, es lógico, que la calle intente imponer su ley. Máxime, cuando la gran mayoría de los franceses viven al margen de la política. El 20 o el 30 % de los franceses no votan. Un 15 % votan a la extrema derecha. Otro 10 % vota a la extrema izquierda. El resto, están desconcertados e intentan manifestarse a través de la contestación. La crisis actual confirma nuestra incapacidad de discursión, reforma o compromiso, condenándonos a la ruptura». «Estamos al borde de una ruptura – concluye Marseille –, a la vista del diálogo imposible entre el gobierno y la calle».
Ruptura también es la palabra mágica del programa político personal de Nicolas Sarkozy: «Romper con veinte años de paro de masas, quince años de crecimiento mediocre, diez años de poder adquisitivo declinante, siete alternancias políticas desde 1981».
Ruptura, declive, son, así mismo, las palabras de moda en las librerías, en los debates de radio y tv. Cuando los Reyes de España vinieron a París, en 1985, para sellar con una visita de Estado la plena reincorporación española a los negocios europeos, Madrid buscaba un puesto en firmamento estrellado de Europa, y París todavía brillaba con una luz declinante. Hoy, Madrid, Londres y Berlín deben fingir que ignoran el penoso ocaso parisino, esperando con inquietud que alguien vuelva a iluminar los palacios polvorientos y mal iluminados, donde el visitante, despavorido, escucha los graznidos de una infame turba de aves nocturnas. Los lectores de Góngora apreciarán.

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